Estamos ante el gran dilema a la hora de las inversiones financieras. Entre la renta fija (las inversiones que no están sujetas a la volatilidad del mercado de valores sino que ofrecen una rentabilidad fija) y la renta variable (las acciones para entendernos) sometidas a los vaivenes del mercado y con posibilidad incluso en los momentos de crisis de perder valor, tendemos a pensar que lo más seguro es la renta fija. Porque uno de los criterios que tenemos claro a la hora de las inversiones financieras es la seguridad. Ponemos nuestro dinero en renta fija y ya no hay más de qué preocuparse.
La realidad no es tan simple. La rentabilidad que ofrece la renta fija es teóricamente fija pero no lo es tanto en la realidad porque la inflación está ahí y, aunque a la amortización del bono tengamos en la mano la misma cantidad de dinero que teníamos cuatro o cinco años antes, la realidad es que lo que podemos comprar con ese dinero no es lo mismo sino bastante menos porque los precios han subido durante esos cuatro o cinco años. Es decir, mil euros dentro de cinco años seguirán siendo mil euros pero lo que puedo comprar con ellos es mucho menos. Y habría que ver si los intereses que ha ido rentando el bono han servido para compensar la inflación, cosa que no siempre está clara. Al final la inflación se come la rentabilidad de la renta fija. Mientras tanto, la rentabilidad de la renta variable se adapta mejor a situaciones de inflación precisamente porque es variable.
Para ver que al final la renta variable, a largo plazo, es casi mejor y más segura que la renta variable basta echar una ojeada al cuadro que, por una vez, sustituye a la habitual fotografía en este blog (agradezco a los amigos de Caixabank que me han proporcionado el cuadro). En él pueden ver con claridad como la renta fija es más estable en sus rendimientos pero esa estabilidad es peligrosa. Allí donde ven el color rojo es que el valor real de la renta fija fue negativo. Es decir, perdió dinero al descontar la inflación. Observen que eso no sucede nunca con la renta variable. Su rendimiento, con mucha volatilidad ciertamente, mucho arriba y abajo, nunca se sitúa por debajo de cero.
Y otro detalle es que el cuadro refleja esa relación entre la renta fija y la renta variable durante los últimos 100 años (aunque por error en el cuadro se hable de 20 años). Es decir, se trata de una mirada a muy largo plazo. Es así como tenemos que mirar nuestras inversiones. Lo nuestro no es el corto plazo. Eso es casi, casi, especular. Jugar con la bolsa en el peor sentido del término. Y nosotros no queremos especular. Lo nuestro es invertir a largo plazo. Los movimientos de la bolsa de un día para otro no nos afectan. Aunque parezca que perdemos dinero. Porque invertimos a largo plazo. Y a largo plazo sucede lo que se ve en el cuadro: la rentabilidad de la renta variable es un poco mejor que la de la renta fija y más o menos con la misma seguridad (repito, siempre que no miremos obsesionados cada día para ver si nuestras inversiones valen más o menos que el día anterior).
Conclusión: vale más que dejemos de lado los prejuicios contra la renta variable porque con los datos en la mano no tienen sentido. Nuestras inversiones, a largo plazo, buscando la seguridad y estabilidad y respetando los criterios éticos no se deben centrar exclusivamente en la renta fija sino equilibrar renta fija y variable. Contando siempre con buenos asesores, pero sabiendo también que la decisión final, y la responsabilidad, es nuestra. Porque buscamos lo mejor para nuestros institutos y nadie lo va a hacer mejor que nosotros (los que estén interesados en examinar el gráfico con más detenimiento y calidad de imagen me lo pueden solicitar por correo electrónico)