Vuelta a la realidad y sus urgencias

Termina agosto y la vida se vuelve a centrar. Dejamos las vacaciones, las actividades extraordinarias (reuniones, cursos, ejercicios…) y entramos en nuestro trabajo habitual. Recogemos los papeles que llenan la mesa. Toca ordenarlos, clasificarlos, contabilizar, reunirse, administrar. Así entramos en el río que nos llevará hasta el final del curso de nuevo.

Por en medio se nos queda un agosto un poco extraño. Por una parte, tenemos la sensación de que la economía en general va mejor y va a mejor. No es que sea la maravilla de las maravillas pero va a mejor. Con heridas tremendas dejadas por la crisis. Pero parece que lo peor ha pasado.

Sin embargo, el mundo financiero parece que no quiere ver esa realidad. Siempre encuentra un motivo para que la bolsa baje y darnos la impresión de que se acerca el apocalipsis. Lo más curioso es que al bajar el precio de las acciones baja el valor en bolsa de las empresas cotizadas. Algunas empresas han perdido en una semana hasta un 10% de su valor. Pero eso no significa que esas empresas en esa semana hayan perdido mercado, hayan vendido menos, o se haya descubierto un agujero financiero en ellas. Su actividad ha seguido exactamente igual. Esos cambios están provocados por la mucha gente que se dedica a vender y comprar en bolsa a corto plazo. Vamos que son puramente especulativos. Y ni religiosos ni religiosas deberíamos entrar en ese juego. Dormiremos más tranquilos si damos por supuesto que nuestras inversiones son a largo plazo. Tendremos ganancias más moderadas pero también más seguras.

Mientras tanto, sería mejor que desde la economía pensásemos que podemos aportar para el gran problema que está viviendo Europa ahora mismo, que es la avalancha de refugiados. ¿Dónde están nuestras unidades de intervención rápida? ¿Dónde está la aportación generosa de nuestros recursos para paliar en la medida de lo posible ese drama humano? Ese es hoy un desafío claro que se plantea a la vida consagrada y, por ende, a los que trabajan o gobiernan su administración. Porque nada se hace sin recursos económicos.

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