La misión cuesta dinero

Hace un tiempo la ecónoma general de una congregación me pidió si podía ir a dar una charla a una reunión de sus ecónomas. El tema era algo así como los bienes al servicio de la misión. Con ese tema, como se puede comprender, se pueden decir muchas cosas. Se puede hablar una hora y varios días. Pero muy en síntesis, creo que es importante decir algunas cosas básicas sobre este asunto.

  • Primero, la misión cuesta dinero. Predicar el Evangelio no es gratuito y difícilmente se puede hacer sin contar con una base económica. Al menos, tal y como lo hacemos hoy. Porque actualmente la evangelización se hace desde unas plataformas o estructuras que tienen unos condicionantes económicos muy serios. Estoy pensando en un Colegio, en una parroquia, en una editorial. Estoy pensando en religiosos y religiosas comprometidos en esas actividades a tiempo completo. Estoy pensando en colaboradores laicos contratados.
  • Segundo, la misión no se refiere sólo a las actividades (un colegio, un hospital…). La misión afecta sobre todo a las personas. La misión la realizan los miembros del instituto. La misión afecta a todo el instituto y a todos sus miembros, estén en la situación en que estén. Esa misión luego se concreta en esta o aquella actividad. Pero la misión es una. Son las personas las que llevan adelante la misión. Por eso la misión comporta la cualificación de las personas para la misión. Eso también tiene implicaciones económicas serias.
  • Tercero, la atención a las personas, a su bienestar en todos los momentos de su vida, es fundamental para la misión. Y me quiero referir de una manera especial a los ancianos. Ellos ya están fuera del trabajo diario en las actividades. Pero no están fuera de la misión. Son parte fundamental e imprescindible. Su atención y cuidado también tiene implicaciones económicas.

Conclusión: la misión en todos sus aspectos necesita una base económica. Consume recursos siempre escasos. El buen administrador deberá discernir dónde están las prioridades y la forma como distribuir esos recursos, escasos por definición, entre las diversas necesidades. No vaya a ser que todo sea hacer hermosos edificios y se nos olvide cuidar a las personas, a su cualificación para la misión y a su bienestar.

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